Bob Dylan también pinta, los siguientes son cuadros de su ultima publicacion "The Drawn Blank Series"
miércoles, 29 de octubre de 2008
Abraxas - Santana
Los sonidos de la psicodelia y los ritmos latinos se mezclaron a través de la guitarra de Carlos Santana, por primera vez en su disco homonimo en el año 1969, pero fue en Abraxas donde se perfecciono el estilo. Santana reinterpreta y compone al mismo tiempo, la fusion de Peter Green y Gabor Szabo, suena a voodoo electrificado, mientras que en el clasico de Tito Puente "Oye como va" las congas, timbales y voces en español, se funden con un hammond digno de los Doors que invita a bailar. Por estos años Santana, funcionaba como banda, donde Jose Areas encargado de la percusion y congas, aporta "Se a Cabo" y "El Nicoya" y Greg Rolie contribuyó con "Mother's Daughter" y "Hope You're Feeling Better" de claro perfil Hard Rock, le dan al disco ese caracter multicultural. Sin embargo, Carlos Santana, funciona como un catalizador, de todos los elementos aportando el sonido unico de su guitarra, en composiciones como el clasico instrumental "Samba pa' ti". Abraxas, perdura por su caracter innovador y visionario, abriendo las puertas del rock latino al mundo.
Track List
1. "Singing Winds, Crying Beasts" (Carabello) – 4:48
2. "Black Magic Magic Woman/Gypsy Queen" (Green/Szabo) – 5:24
3. "Oye Como VA" (Puente) – 4:19
4. "Incident at Neshabur" (Gianquinto/Santana) – 5:02
5. "Se a Cabo" (Areas) – 2:51
6. "Mother's Daughter" (Rolie) – 4:28
7. "Samba Pa Ti" (Santana) – 4:47
8. "Hope You're Feeling Better" (Rolie) – 4:07
9. "El Nicoya" (Areas) – 1:32
2. "Black Magic Magic Woman/Gypsy Queen" (Green/Szabo) – 5:24
3. "Oye Como VA" (Puente) – 4:19
4. "Incident at Neshabur" (Gianquinto/Santana) – 5:02
5. "Se a Cabo" (Areas) – 2:51
6. "Mother's Daughter" (Rolie) – 4:28
7. "Samba Pa Ti" (Santana) – 4:47
8. "Hope You're Feeling Better" (Rolie) – 4:07
9. "El Nicoya" (Areas) – 1:32
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...And Justice For All - Metallica
... And Justice For All, tiene la caracteristica de ser el sucesor del mejor disco de Metallica, "Master of Puppets" y tener el mismo nombre que una pelicula de Al Pacino, dirigida por Norman Jewison. En este film se plantean ciertas cuestiones eticas respectivas a cuan justo puede ser el sistema judicial, y esto tiene una relacion directa con el arte de tapa, donde vemos a la estatua de la justicia la cual esta amarrada con cuerdas, desvalanceada y a punto de caer. Respecto a los textos y su relacion con la idea anterior, el disco esta plagado de acusaciones y he aqui el aporte significativo respecto a su disco anterior, es el registro mas comprometido de su carrera. James Hetfield lanza frases como rafagas de una ametralladora: "Opposition...Contradiction...Premonition...Compromise / Agitation........Violation........Mutilation......Planet dies" dice en "Blackened", mientras que en "One" se mezclan los sonidos medievales, con los ruidos de la guerra y sentencias como la siguientes: "I can't remember anything / Can't tell if this is true or dream / Deep down inside I feel to scream / This terrible silence stops in me". Claramente ...And justice, es su disco mas progresivo, ironicamente el mas balancedo entre sutileza y speed metal, quizas su ultima gran obra.
Track List
1.Blackened
2.…And Justice for All
3.Eye of the Beholder
4.One
5.The Shortest Straw
6.Harvester of Sorrow
7.The Frayed Ends of Sanity
8.To Live Is to Die
9.Dyers Eve
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sábado, 26 de julio de 2008
Ilusion Optica
Prueben esto, genera un efecto particular.....
Reverse Direction
Quédate mirando el centro de esta espiral durante 20 segundos, después baja la mirada al teclado verás como las teclas intentan agredirte
Quédate mirando el centro de esta espiral durante 20 segundos, después baja la mirada al teclado verás como las teclas intentan agredirte
jueves, 24 de julio de 2008
Chaos and Cration in The Backyard - Paul McCartney
"There's a fine line/between chaos and creation", la frase que abre el disco de Macca bajo la produccion de Nigel Godrich, establece lo que muchas veces le ha sucedido a Paul, verse del otro lado de la linea, sin embargo en este disco, plagado de lugubres arreglos y melodias à la White Album, tiene una duracion relativamente corta y solo dos de las canciones "Ridding to Vanity Fair" y la hermosa "How Kind of You", superan los 4 min. Todos los instrumentos, fueron tocados por Paul, lo que le da un aire intimista, busqueda que genero roces entre productor/autor y segun lo que dicen uso las viejas guitarras de la era Beatles, el resultado es mas que fructifero: "Too Much Rain", "Jenny Wren" y "Friends to Go". En resumen, la coleccion de canciones mas importante desde "Band on The Run", sin excesos, reflexivo y adulto, "Chaos and Creation..." emociona con sus mejores armas, las perfectas canciones pop.
Tracklist
1. Fine Line
2. How Kind of You
3. Jenny Wren
4. At the Mercy
5. Friends to Go
6. English Tea
7. Too Much Rain
8. Certain Softness, A
9. Riding to Vanity Fair
10. Follow Me
11. Promise to You Girl
12. This Never Happened Before
13. Anway
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miércoles, 16 de julio de 2008
The Rolling Stones - Between The Buttons
En pleno auge psicodelico los Rolling Stones, editan "Between the Buttons", un disco que dentro de su vasta discografia, nunca fue tomado como una gran obra, quizas por tratar de seguir el estilo de la epoca y abandonar los avances logrados en "Aftermath" donde mezclaban sonidos de la india con el r&b mas rabioso al estilo Chuck Berry. Sin embargo este disco revela con las escuchas un gran poder creativo, "Yesterday's Papers" y "Conection" son puro pop melodico, algo que no repetirian los Stones en el futuro, aparte incluye los clasicos "Let's Spend The Night Togheter" y "Ruby Tuesday"dos sigles definitivos de su primera etapa. La influencia de Dylan es mas que clara el uso de la harmonica a cargo de Mick y cierta acentuacion de aires flokies, todo esto le da a "Between the Buttons" algo unico e irrepetible, ser parte del sonido de los '60.
Track List
1. Let's Spend the Night Together
2. Yesterday's Papers
3. Ruby Tuesday
4. Connection
5. She Smiled Sweetly
6. Cool, Calm & Collected
7. All Sold Out
8. My Obsession
9. Who's Been Sleeping Here?
10. Complicated
11. Miss Amanda Jones
12. Something Happened to Me Yesterday
2. Yesterday's Papers
3. Ruby Tuesday
4. Connection
5. She Smiled Sweetly
6. Cool, Calm & Collected
7. All Sold Out
8. My Obsession
9. Who's Been Sleeping Here?
10. Complicated
11. Miss Amanda Jones
12. Something Happened to Me Yesterday
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Beck - Guero
El retorno de Beck con los Dust Brothers no necesariamente es festivo o gracioso, como lo fue el colage "Odelay", mas bien es una suma de canciones amargas sobre la sociedad y la mirada oscuridad que tiñe sus ultimas obras. "Missing" contiene sampleos de Vinicius de Moraes, no en vano por este motivo, dista de ser una bossa nova alegre, lo mismo sucede con "E-Pro", "Hell Yes!" y "Black Tambourine" los cuales los Dust Brothers se encargan de darle un poco de brillo al disco con la guitarra mas amplificada de Beck en años. Sin embargo el nihilismo de "Farewell Drive" y "Bronken Drum" con lineas como "All I need is/ Two white horses in a line" o "Your setting sun/Your broken drum/Your little drugs/I'll never forget you", acompañados de pedal steel, demuestran que el Sr. Hansen no bromea como antes la nueva polucion ya es vieja.
Track List:
1. E-Pro
2. Que Onda Guero
3. Girl
4. Missing
5. Black Tambourine
6. Earthquake Weather
7. Hell Yes
8. Broken Drum
9. Scarecrow
10. Go It Alone
11. Farewell Ride
12. Rental Car
13. Emergency Exit
13. Emergency Exit
Link:
martes, 20 de mayo de 2008
Scott Walker - Scott4
Sergio Leone, Igmar Bergman, Dusty Springfield, Sinatra, podria seguir nombrando influencias sin cubrir el verdadero espectro de Scott 4. Ninguno de sus predecesores, sono tan lucido en cuanto a arreglos como en la composición. "The Seventh Seal" es un relato spaghetti del film de Bergman, mientras que "Angel of Ashes" se debate entre la psicodelia y la impostacion sinatresca. Pero es en la cara B donde Scott, toma impulso "Hero of The War" suena a Richie Heavens cantado por Tim Buckley y el soul blanco de "Get Behind me" con guitarras acopladas, cuerdas flotando y coro lo acompañan. Scott4 marco el estilo de artistas tan diversos como Divine Comedy hasta Jarvis Cooker.
Track List
1. Seventh Seal
2. On Your Own Again
3. World's Strongest Man
4. Angels of Ashes
5. Boy Child
6. Hero of the War
7. Old Man's Back Again (Dedicated to the Neo Stalinist Regime)
8. Duchess
9. Get Behind Me
10. Rhymes of Goodbye
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martes, 15 de abril de 2008
Benjamin Biolay - Trash Yé Yé
Benjamin Biolay (Villefranche-sur-Saône; 20 de enero de 1973); cantautor, compositor, músico y productor discográfico francés. Es el hermano de la cantante Coralie Clément, cuyos dos discos ha escrito y producido, y marido de Chiara Mastroianni, hija de Catherine Deneuve y Marcello Mastroianni. Con la cantante Keren Ann, cuyos dos primeros álbumes ha coescrito y coproducido, contribuyó con algunas canciones al disco Chambre avec vue, la exitosa vuelta del cantante Henri Salvador. Ha trabajado como letrista, arreglista o productor para iconos de la música francesa como Juliette Gréco, Julien Clerc o Françoise Hardy y para otros artistas como Keren Ann, Isabelle Boulay, Heather Nova, Elodie Frégé o Valérie Lagrange. Considerado por la crítica el legítimo sucesor de la Chanson francesa, en especial de Serge Gainsbourg, su estilo mezcla pop y jazz, con arreglos intimistas y en ocasiones sombríos.
Track list:
1. Bien Avant
2. Douloureux Dedans
3. Regarder La Lumière
4. Dans Ta Bouche
5. Dans La Merco Benz
6. La Garçonnière
7. La Chambre D’amis
8. Qu’est-Ce Que Ça Peut Faire
9. Cactus Concerto
10. Rendez-Vous Qui Sait
11. Laisse Aboyer Les Chiens
12. De Beaux Souvenirs
lunes, 17 de marzo de 2008
Simon & Garfunkel - Presley, Sage, Rosemary and Thyme
Uno de los mas hermosos y barrocos discos de la pre-psicodelia, editado practicamente al mismo tiempo que pet sounds con unos meses de diferencia, Simon y Art, se valen de una produccion pomposa, sin perder el rastro folk. "The Dangling Conversation" y "For Emily, Whenever I May Find Her", siguen siendo de las grandes composicion de Simon.
El folk acido de "Patterns", "A Simple Desultory Phillppic" y "The Big Bright Green Pleasure Machine", definen el estilo de S&G como algo nuevo que toma su inspiracion de Dylan y al mismo tiempo lo atraviesa con las innovaciones de los Beatles. La produccion a cargo de Bob Johnston, logra su mayor expresion en "7 o'clock news" donde se vale del estereo para emitir por uno de los parlantes las "noticias" y por otro las harmonias de S&G, generando un contrapunto, que sigue dando escalofrios en su primera escucha.
Track List
1. Scarborough Fair / Canticle
2. Patterns
3. Cloudy
4. Homeward Bound
5. Big Bright Green Pleasure Machine, The
6. 59th Street Bridge Song, The (Feeling Groovy)
7. Dangling Conversation, The
8. Flowers Never Bend With The Rainfall
9. Simple Desultory Philippic, A (Or How I Was Robert MacNamara'd Into Submission)
10. For Emily, Whenever I May Find Her
11. Poem On An Underground Wall, A
12. 7 O' Clock News / Silent Night
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miércoles, 27 de febrero de 2008
La Escafandra y La Mariposa - Jean-Dominique Bauby
Aquellos que no esten familiarizados con Jean - Dominique Bauby, deben saber lo siguiente, en 1985 siendo editor de la revista "Elle" tiene un ACV (accidente cerebro vascular) el cual lo deja paralizado de pies a cabeza, sufriendo lo que los medicos llaman el fenomeno del "locked in" (encierro en ingles) ya que sus funciones cerebales eran normales, pero incapacitado para moverse. La unica forma de comunicacion que tenia con el mundo exterior era su ojo izquierdo, guiñando el ojo una vez por "si" y dos veces por "no".
A Jean Dominique se le leian las letras del alfabeto, segun el nivel de uso de las mismas, y este guiñaba el ojo para indicar la letra que queria expresar, de este modo logro escribir una novela de la cual dejo un fragmento, "La Escafandra y La Mariposa":
La silla
Nunca había visto tantas batas blancas en mi pequeña habitación. Las enfermeras, las auxiliares, la fisioterapeuta, la psicóloga, la ergoterapeuta, la neuróloga, los internos y hasta el jefe supremo de servicio, todo el hospital se había desplazado para la ocasión. Cuando entraron empujando el artefacto hasta mi cama, lo primero que pensé fue que un nuevo inquilino venía a tomar posesión del lugar. Instalado en Berck desde hacía varias semanas, cada día rozaba un poco más el umbral de la conciencia, pero no imaginaba qué nexo podía haber entre una silla de ruedas y yo.
Nadie me había bosquejado un cuadro exacto de mi situación, y a partir de chismorreos recogidos aquí y allá, me forjé la certeza de que no tardaría en recuperar el gesto y la palabra.
Mi mente errabunda concebía incluso mil proyectos: una novela, viajes, una obra de teatro y la comercialización de un cóctel de frutas de mi invención. No me pidáis la receta, la he olvidado. Se apresuraron a vestirme. «Es bueno para la moral», dijo sentenciosamente la neuróloga. Y en efecto, después de la bata de nailon amarillo, me habría encantado embutirme en una camisa a cuadros, unos viejos pantalones y una sudadera informe, si no hubiera supuesto una pesadilla ponérmelos. O más bien verlos deslizarse, tras no pocas contorsiones, por ese cuerpo flácido y desarticulado que ya sólo me pertenecía para hacerme sufrir.
Cuando por fin estuve listo, pudo comenzar el ritual. Dos tíos me cogieron por los hombros y los pies, me alzaron de la cama y me depositaron en la silla sin grandes miramientos. De simple enfermo había pasado a ser un discapacitado, al igual que en los toros el novillero se convierte en torero cuando le dan la alternativa. No me aplaudieron pero casi. Mis padrinos me hicieron dar la vuelta a la planta a fin de comprobar que la postura sedente no provocaba espasmos incontrolables, pero me mantuve inmóvil, ocupado en calibrar la brutal devaluación de mis perspectivas de futuro. Sólo tuvieron que afianzarme la cabeza con un cojín especial, pues cabeceaba a la manera de esas mujeres africanas a las que se retira la pirámide de aros que desde hace años les estira el cuello. «Se adapta usted bien a la silla», comentó la ergoterapeuta con una sonrisa que pretendía dar un carácter de buena noticia a sus palabras, si bien a mis oídos sonaron como un veredicto. De golpe entreveía la espantosa realidad. Tan cegadora como un hongo atómico. Más acerada que la cuchilla de una guillotina. Se fueron todos, tres auxiliares volvieron a acostarme, y no pude evitar pensar en esos gánsteres del cine negro que se esfuerzan en meter en el maletero de su coche el cadáver del entrometido cuyo pellejo acaban de acribillar. La silla quedó en un rincón, con aire de abandono, y mis ropas arrojadas sobre el respaldo de plástico azul oscuro. Antes de que desapareciese la última bata blanca, le indiqué con un gesto que pusiera la tele, bajita. Daban «Cifras y letras», el programa favorito de mi padre. Desde la mañana, una lluvia pertinaz resbalaba por los cristales de la ventana.
La oración
Después de todo, el episodio de la silla ha resultado saludable. Ahora las cosas están más claras. He dejado de concebir planes ambiciosos y he liberado de su silencio a los amigos que levantaban una afectuosa barrera a mi alrededor desde mi accidente. Puesto que el tema ya no es tabú, hemos empezado a hablar del locked-in syndrom. En primer lugar, se trata de una rareza. No es que suponga un gran consuelo, pero existen tantas probabilidades de caer en esa trampa infernal como de ganar el bote acumulado de la Loto. En Berck, sólo dos presentamos los síntomas, y aun mi LIS* está puesto en tela de juicio. Cometo el error de poder pivotar la cabeza, lo que en principio no se halla previsto en el cuadro clínico. Como la mayoría de los casos son abandonados a una vida vegetativa, se conoce poco la evolución de esta patología. Sólo se sabe que si al sistema nervioso le da por volver a ponerse en marcha, lo hace al ritmo de un cabello que creciera a partir de la base del cerebro. Corro, pues, el riesgo de que transcurran algunos años antes de que consiga mover los dedos del pie.
De hecho, es en lo tocante a las vías respiratorias donde cabe buscar eventuales mejorías. A largo plazo, uno puede confiar en recuperar una alimentación más normal, sin el recurso de la sonda gástrica, una respiración natural y algo del aliento que hace vibrar las cuerdas vocales.
Por el momento, me sentiría el más dichoso de los hombres si llegase a tragar convenientemente el exceso de saliva que invade mi boca de manera permanente. Aún no se ha hecho de día, cuando ya me ejercito en deslizar la lengua contra el velo del paladar a fin de provocar el reflejo de tragar. Además, he dedicado a mi laringe las bolsitas de incienso que cuelgan de la pared, exvotos traídos de Japón por amigas viajeras y creyentes. Es una piedra más del monumento de acción de gracias erigido por mis allegados al capricho de sus peregrinaciones. En todas las latitudes habrán invocado en mi nombre a los espíritus más diversos. Intento poner algo de orden en ese amplio movimiento de las almas. Si me anuncian que en aras de mi curación han encendido unos cirios en una capilla bretona o salmodiado un mantra en un templo nepalí, de inmediato asigno un objetivo preciso a tales manifestaciones espirituales. Así, he confiado mi ojo derecho a un morabito camerunés comisionado por una amiga con objeto de asegurarme la mansedumbre de los dioses africanos. Para los trastornos de la audición, cuento con las buenas relaciones que una suegra de corazón piadoso mantiene con los monjes de una congregación de Burdeos. Me dedican con regularidad sus rosarios, y yo me dejo caer a veces por su abadía para oír cómo los cánticos suben hacia el cielo. No puede decirse que por el momento haya dado un resultado extraordinario, pero cuando siete frailes de la misma orden fueron degollados por extremistas islámicos, me dolieron los oídos durante varios días. Sin embargo, tan elevadas protecciones no son sino fortificaciones de barro, murallas de arena, líneas Maginot, comparadas con la pequeña oración que mi hija Céleste reza todas las noches a su Señor antes de cerrar los ojos. Como nos dormimos más o menos al mismo tiempo, me embarco hacia el reino de los sueños con ese maravilloso salvoconducto que me libra de todo mal encuentro.
El baño
A las ocho y media llega la fisioterapeuta. Con silueta deportiva y perfil de moneda romana, Brigitte viene a poner en movimiento mis brazos y piernas, dominados por la anquilosis. Eso se llama «movilización», y esta terminología marcial resulta risible cuando se constata la delgadez de la tropa: treinta kilos perdidos en veinte semanas. No contaba con semejante resultado al empezar un régimen ocho días antes de mi accidente. De paso Brigitte comprueba si se produce algún estremecimiento que presagie una mejoría. «Intente apretarme el puño», me pide. Como a veces abrigo la ilusión de que puedo mover los dedos, concentro mi energía a fin de triturarle las falanges, pero nada se mueve, y ella deposita mi mano inerte en el cuadrado de gomaespuma que le sirve de escenario. De hecho, los únicos cambios conciernen a mi cabeza. Ahora puedo girarla noventa grados, y mi campo visual va desde el tejado de pizarra del edificio contiguo hasta el curioso Mickey de lengua colgante dibujado por mi hijo Théophile cuando aún no me era posible entreabrir la boca. A fuerza de ejercicios, hasta la fecha hemos llegado al punto de lograr introducir en ella una pajita. Como dice la neuróloga: «Se requiere mucha paciencia.» La sesión de fisioterapia termina con un masaje facial. Brigitte me recorre con sus dedos tibios todo el rostro, la zona yerta, que me sugiere la consistencia del pergamino, y la parte inervada, en la que al menos puedo fruncir una ceja. Como la línea de demarcación pasa por la boca, sólo esbozo medias sonrisas, lo que se adecua bastante bien a las fluctuaciones de mi estado de ánimo. Así, un episodio doméstico como el aseo cotidiano puede inspirarme sentimientos encontrados.
Un día me resulta divertido que a mis cuarenta y cuatro años me laven, me den la vuelta, me limpien el trasero y me pongan los pañales como a un niño de pecho. En plena regresión infantil, obtengo incluso con tales manejos un vago placer. Al día siguiente todo ello se me antoja el colmo del patetismo, y una lágrima surca la espuma de afeitar que un auxiliar extiende por mis mejillas. En cuanto al baño semanal, me sume a un tiempo en la congoja y la dicha. El delicioso momento en que me sumerjo en la bañera pronto se ve sustituido por la nostalgia de los prolongados chapuzones que constituían el lujo de mi primera vida. Provisto de una taza de té o un whisky, de un buen libro o una pila de periódicos, permanecía largo rato en remojo accionando los grifos con los dedos del pie. Pocas veces soy tan cruelmente consciente de mi situación al evocar tales placeres. Por fortuna, no tengo tiempo de pensar demasiado en ello. De inmediato me devuelven tiritando a mi habitación sobre un portaenfermos tan cómodo como una tabla de faquir. Debo estar vestido de pies a cabeza a las diez y media, listo para bajar a la sala de rehabilitación. Como me niego a adoptar el infame estilo jogging recomendado por la casa, vuelvo a mi ropa de estudiante chapado a la antigua. Al igual que ocurre con el baño, mis viejos chalecos podrían abrir dolorosos caminos en mi memoria. Sin embargo, en ello veo más bien un símbolo de que la vida continúa. Y la prueba de que aún deseo seguir siendo yo mismo. Puestos a babear, tanto da hacerlo sobre cachemira.
A Jean Dominique se le leian las letras del alfabeto, segun el nivel de uso de las mismas, y este guiñaba el ojo para indicar la letra que queria expresar, de este modo logro escribir una novela de la cual dejo un fragmento, "La Escafandra y La Mariposa":
La silla
Nunca había visto tantas batas blancas en mi pequeña habitación. Las enfermeras, las auxiliares, la fisioterapeuta, la psicóloga, la ergoterapeuta, la neuróloga, los internos y hasta el jefe supremo de servicio, todo el hospital se había desplazado para la ocasión. Cuando entraron empujando el artefacto hasta mi cama, lo primero que pensé fue que un nuevo inquilino venía a tomar posesión del lugar. Instalado en Berck desde hacía varias semanas, cada día rozaba un poco más el umbral de la conciencia, pero no imaginaba qué nexo podía haber entre una silla de ruedas y yo.
Nadie me había bosquejado un cuadro exacto de mi situación, y a partir de chismorreos recogidos aquí y allá, me forjé la certeza de que no tardaría en recuperar el gesto y la palabra.
Mi mente errabunda concebía incluso mil proyectos: una novela, viajes, una obra de teatro y la comercialización de un cóctel de frutas de mi invención. No me pidáis la receta, la he olvidado. Se apresuraron a vestirme. «Es bueno para la moral», dijo sentenciosamente la neuróloga. Y en efecto, después de la bata de nailon amarillo, me habría encantado embutirme en una camisa a cuadros, unos viejos pantalones y una sudadera informe, si no hubiera supuesto una pesadilla ponérmelos. O más bien verlos deslizarse, tras no pocas contorsiones, por ese cuerpo flácido y desarticulado que ya sólo me pertenecía para hacerme sufrir.
Cuando por fin estuve listo, pudo comenzar el ritual. Dos tíos me cogieron por los hombros y los pies, me alzaron de la cama y me depositaron en la silla sin grandes miramientos. De simple enfermo había pasado a ser un discapacitado, al igual que en los toros el novillero se convierte en torero cuando le dan la alternativa. No me aplaudieron pero casi. Mis padrinos me hicieron dar la vuelta a la planta a fin de comprobar que la postura sedente no provocaba espasmos incontrolables, pero me mantuve inmóvil, ocupado en calibrar la brutal devaluación de mis perspectivas de futuro. Sólo tuvieron que afianzarme la cabeza con un cojín especial, pues cabeceaba a la manera de esas mujeres africanas a las que se retira la pirámide de aros que desde hace años les estira el cuello. «Se adapta usted bien a la silla», comentó la ergoterapeuta con una sonrisa que pretendía dar un carácter de buena noticia a sus palabras, si bien a mis oídos sonaron como un veredicto. De golpe entreveía la espantosa realidad. Tan cegadora como un hongo atómico. Más acerada que la cuchilla de una guillotina. Se fueron todos, tres auxiliares volvieron a acostarme, y no pude evitar pensar en esos gánsteres del cine negro que se esfuerzan en meter en el maletero de su coche el cadáver del entrometido cuyo pellejo acaban de acribillar. La silla quedó en un rincón, con aire de abandono, y mis ropas arrojadas sobre el respaldo de plástico azul oscuro. Antes de que desapareciese la última bata blanca, le indiqué con un gesto que pusiera la tele, bajita. Daban «Cifras y letras», el programa favorito de mi padre. Desde la mañana, una lluvia pertinaz resbalaba por los cristales de la ventana.
La oración
Después de todo, el episodio de la silla ha resultado saludable. Ahora las cosas están más claras. He dejado de concebir planes ambiciosos y he liberado de su silencio a los amigos que levantaban una afectuosa barrera a mi alrededor desde mi accidente. Puesto que el tema ya no es tabú, hemos empezado a hablar del locked-in syndrom. En primer lugar, se trata de una rareza. No es que suponga un gran consuelo, pero existen tantas probabilidades de caer en esa trampa infernal como de ganar el bote acumulado de la Loto. En Berck, sólo dos presentamos los síntomas, y aun mi LIS* está puesto en tela de juicio. Cometo el error de poder pivotar la cabeza, lo que en principio no se halla previsto en el cuadro clínico. Como la mayoría de los casos son abandonados a una vida vegetativa, se conoce poco la evolución de esta patología. Sólo se sabe que si al sistema nervioso le da por volver a ponerse en marcha, lo hace al ritmo de un cabello que creciera a partir de la base del cerebro. Corro, pues, el riesgo de que transcurran algunos años antes de que consiga mover los dedos del pie.
De hecho, es en lo tocante a las vías respiratorias donde cabe buscar eventuales mejorías. A largo plazo, uno puede confiar en recuperar una alimentación más normal, sin el recurso de la sonda gástrica, una respiración natural y algo del aliento que hace vibrar las cuerdas vocales.
Por el momento, me sentiría el más dichoso de los hombres si llegase a tragar convenientemente el exceso de saliva que invade mi boca de manera permanente. Aún no se ha hecho de día, cuando ya me ejercito en deslizar la lengua contra el velo del paladar a fin de provocar el reflejo de tragar. Además, he dedicado a mi laringe las bolsitas de incienso que cuelgan de la pared, exvotos traídos de Japón por amigas viajeras y creyentes. Es una piedra más del monumento de acción de gracias erigido por mis allegados al capricho de sus peregrinaciones. En todas las latitudes habrán invocado en mi nombre a los espíritus más diversos. Intento poner algo de orden en ese amplio movimiento de las almas. Si me anuncian que en aras de mi curación han encendido unos cirios en una capilla bretona o salmodiado un mantra en un templo nepalí, de inmediato asigno un objetivo preciso a tales manifestaciones espirituales. Así, he confiado mi ojo derecho a un morabito camerunés comisionado por una amiga con objeto de asegurarme la mansedumbre de los dioses africanos. Para los trastornos de la audición, cuento con las buenas relaciones que una suegra de corazón piadoso mantiene con los monjes de una congregación de Burdeos. Me dedican con regularidad sus rosarios, y yo me dejo caer a veces por su abadía para oír cómo los cánticos suben hacia el cielo. No puede decirse que por el momento haya dado un resultado extraordinario, pero cuando siete frailes de la misma orden fueron degollados por extremistas islámicos, me dolieron los oídos durante varios días. Sin embargo, tan elevadas protecciones no son sino fortificaciones de barro, murallas de arena, líneas Maginot, comparadas con la pequeña oración que mi hija Céleste reza todas las noches a su Señor antes de cerrar los ojos. Como nos dormimos más o menos al mismo tiempo, me embarco hacia el reino de los sueños con ese maravilloso salvoconducto que me libra de todo mal encuentro.
El baño
A las ocho y media llega la fisioterapeuta. Con silueta deportiva y perfil de moneda romana, Brigitte viene a poner en movimiento mis brazos y piernas, dominados por la anquilosis. Eso se llama «movilización», y esta terminología marcial resulta risible cuando se constata la delgadez de la tropa: treinta kilos perdidos en veinte semanas. No contaba con semejante resultado al empezar un régimen ocho días antes de mi accidente. De paso Brigitte comprueba si se produce algún estremecimiento que presagie una mejoría. «Intente apretarme el puño», me pide. Como a veces abrigo la ilusión de que puedo mover los dedos, concentro mi energía a fin de triturarle las falanges, pero nada se mueve, y ella deposita mi mano inerte en el cuadrado de gomaespuma que le sirve de escenario. De hecho, los únicos cambios conciernen a mi cabeza. Ahora puedo girarla noventa grados, y mi campo visual va desde el tejado de pizarra del edificio contiguo hasta el curioso Mickey de lengua colgante dibujado por mi hijo Théophile cuando aún no me era posible entreabrir la boca. A fuerza de ejercicios, hasta la fecha hemos llegado al punto de lograr introducir en ella una pajita. Como dice la neuróloga: «Se requiere mucha paciencia.» La sesión de fisioterapia termina con un masaje facial. Brigitte me recorre con sus dedos tibios todo el rostro, la zona yerta, que me sugiere la consistencia del pergamino, y la parte inervada, en la que al menos puedo fruncir una ceja. Como la línea de demarcación pasa por la boca, sólo esbozo medias sonrisas, lo que se adecua bastante bien a las fluctuaciones de mi estado de ánimo. Así, un episodio doméstico como el aseo cotidiano puede inspirarme sentimientos encontrados.
Un día me resulta divertido que a mis cuarenta y cuatro años me laven, me den la vuelta, me limpien el trasero y me pongan los pañales como a un niño de pecho. En plena regresión infantil, obtengo incluso con tales manejos un vago placer. Al día siguiente todo ello se me antoja el colmo del patetismo, y una lágrima surca la espuma de afeitar que un auxiliar extiende por mis mejillas. En cuanto al baño semanal, me sume a un tiempo en la congoja y la dicha. El delicioso momento en que me sumerjo en la bañera pronto se ve sustituido por la nostalgia de los prolongados chapuzones que constituían el lujo de mi primera vida. Provisto de una taza de té o un whisky, de un buen libro o una pila de periódicos, permanecía largo rato en remojo accionando los grifos con los dedos del pie. Pocas veces soy tan cruelmente consciente de mi situación al evocar tales placeres. Por fortuna, no tengo tiempo de pensar demasiado en ello. De inmediato me devuelven tiritando a mi habitación sobre un portaenfermos tan cómodo como una tabla de faquir. Debo estar vestido de pies a cabeza a las diez y media, listo para bajar a la sala de rehabilitación. Como me niego a adoptar el infame estilo jogging recomendado por la casa, vuelvo a mi ropa de estudiante chapado a la antigua. Al igual que ocurre con el baño, mis viejos chalecos podrían abrir dolorosos caminos en mi memoria. Sin embargo, en ello veo más bien un símbolo de que la vida continúa. Y la prueba de que aún deseo seguir siendo yo mismo. Puestos a babear, tanto da hacerlo sobre cachemira.
viernes, 8 de febrero de 2008
Bob Dylan - Time Out Of Mind
La oscuridad sobre vuela los once tracks, producidos por Daniel Lanois, tambien responsable de "Oh Mercy", donde como pocas veces Bob se muestra vulnerable. La muerte surge como tema central en la fantastica "Highlands" donde Dylan relata una charla con una mesera y se plantea el valor de ser artista, "Love Sick", "Til I Fell in Love With You" y "Cold Iron Bound" demuestran que mantiene intacta la ironia y la facildad para retratar lo absurdo del amor.
Track List
1. Love Sick 5:21
2. Dirt Road Blues 3:36
3. Standing in the Doorway 7:43
4. Million Miles 5:52
5. Tryin' to Get to Heaven 5:21
6. 'Til I Fell in Love With You 5:17
7. Not Dark Yet 6:29
8. Cold Irons Bound 7:15
9. Make You Feel My Love 3:32
10. Can't Wait 5:47
11. Highlands 16:31
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Leonard Cohen - Songs of Love and Hate
Yo lo clasificaria como folk nihilista, la voz hipnotica de Cohen, la escritura, la economia en los arreglos, y la mejor carta de amor que se haya escrito en una cancion "Famous Blue Raincoat". Cohen exorcisa demonios en la catartica "Sing another song, Boys" y resume a uno de los grandes discos de poesia, que se miden solamente con las grandes obras de Dylan.
Track List
1. Avalanche
2. Last Year's Man
3. Dress Rehearsal Rag
4. Diamonds In The Mine
5. Love Calls You By Your Name
6. Famous Blue Raincoat
7. Sing Another Song, Boys - (live)
8. Joan Of Arc
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martes, 5 de febrero de 2008
Un dia Perfecto para El Pez Banana - J. D. Salinger (1953)
En el hotel había noventa y siete publicitarios neoyorquinos, y monopolizaban las líneas telefónicas de larga distancia de tal manera que la chica del 507 tuvo que esperar su llamada desde el mediodía hasta las dos y media de la tarde. Pero no perdió el tiempo. En una revista femenina de bolsillo leyó una nota titulada El sexo es divertido... o infernal. Lavó su peine y su cepillo. Quitó una mancha de la falda de su traje beige. Corrió un poco el botón de la blusa de Saks. Se arrancó los dos pelos que acababan de salirle en el lunar. Cuando, por fin, la operadora la llamó, estaba sentada al lado de la ventana y casi había terminado de pintarse las uñas de la mano izquierda. Era una chica a la que una llamada telefónica no le hacía gran efecto. Daba la impresión de que el teléfono hubiera estado sonando constantemente desde que ella alcanzó la pubertad. Mientras el teléfono llamaba, con el pincelito del esmalte se repasó la uña del dedo meñique, acentuando el borde de la luna. Tapó el frasco y, poniéndose de pie, abanicó en el aire su mano pintada, la izquierda. Con la mano seca, tomó del asiento junto a la ventana un cenicero repleto y lo llevó hasta la mesita de luz, donde estaba el teléfono. Se sentó en una de las dos camas gemelas ya tendida y -ya era la cuarta o quinta llamada- levantó el tubo del teléfono. -Hola -dijo, manteniendo extendidos los dedos de la mano izquierda lejos de la bata de seda blanca, que era lo único que tenía puesto, salvo las chinelas: los anillos estaban en el cuarto de baño. -Su llamada a Nueva York, señora Glass -dijo la operadora. -Gracias -contestó la chica, e hizo lugar en la mesita de luz para el cenicero. A través del auricular llegó una voz de mujer: -¿Muriel? ¿Eres tú? La chica alejó un poco el auricular del oído. -Sí, mamá. ¿Cómo estás? -dijo. -He estado preocupadísima por ti. ¿Por qué no llamaste? ¿Estás bien? -Traté de telefonear anoche y anteanoche. Los teléfonos acá han... -¿Estás bien, Muriel? La chica aumentó un poco más el ángulo entre el auricular y su oreja. -Estoy perfectamente. Con calor. Este es el día más caluroso que ha habido en la Florida desde... -¿Por qué no llamaste? Estuve tan preocupada... -Mamá, querida, no me grites. Puedo oírte perfectamente -dijo la chica-. Anoche te llamé dos veces. Una vez justo después... -Le dije a tu padre que seguramente llamarías anoche. Pero no, él tenía que... ¿Estás bien, Muriel? Dime la verdad. -Estoy perfectamente. Por favor, no me preguntes siempre lo mismo. -¿Cuándo llegaron? -No sé... el miércoles, a la madrugada. -¿Quién manejó? -El -dijo la chica-. Y no te asustes. Condujo bien. Yo misma estaba asombrada. -¿Manejó él? Muriel, me diste tu palabra de que... -Mamá -interrumpió la chica-, acabo de decírtelo. Condujo perfectamente. No pasamos de ochenta en todo el camino, ésa es la verdad. -¿No trató de hacerse el tonto otra vez con los árboles? -Vuelvo a repetirte que manejó muy bien, mamá. Vamos, por favor. Le pedí que se mantuviera cerca de la línea blanca del centro, y todo lo demás, y entendió perfectamente, y lo hizo. Hasta se esforzaba por no mirar los árboles... podía notarse. Entre paréntesis, ¿papá hizo arreglar el auto? -Todavía no. Piden cuatrocientos dólares, sólo para... -Mamá, Seymour le dijo a papá que pagaría él. No hay motivo, entonces... -Bueno, ya veremos. ¿Cómo se portó? Digo, en el auto y demás... -Muy bien -dijo la chica. -¿Siguió llamándote con ese horroroso...? -No. Ahora tiene uno nuevo. -¿Cuál? -Mamá... ¡qué importancia tiene! -Muriel, insisto en saberlo. Tu padre... -Está bien, está bien. Me llama Miss Buscona Espiritual 1948 -dijo la chica, con una risita. -No tiene nada de gracioso, Muriel. Nada de gracioso. Es horrible. Realmente, es triste. Cuando pienso cómo... -Mamá -interrumpió la chica-, escúchame. ¿Te acuerdas de aquel libro que me mandó de Alemania? Acuérdate... esos poemas en alemán. ¿Qué hice con él? Me he estado rompiendo la cabeza... -Tú lo tienes. -¿Estás segura? -dijo la chica. -Por supuesto. Es decir, lo tengo yo. Está en el cuarto de Freddy. Lo dejaste aquí y no había lugar en la... ¿Por qué? ¿El te lo pidió? -No. Simplemente me preguntó por él, cuando veníamos en el auto. Me preguntó si lo había leído. -¡Pero está en alemán! -Sí, querida. Ese detalle no tiene importancia -dijo la chica, cruzando las piernas-. Dijo que casualmente los poemas habían sido escritos por el único gran poeta de este siglo. Me dijo que debería haber comprado una traducción o algo así. O aprendido el idioma... nada menos... -Espantoso. Espantoso. En verdad es triste. Anoche dijo tu padre. .. -Un segundito, mamá -dijo la chica. Cruzó hasta el asiento junto a la ventana en busca de sus cigarrillos, encendió uno y volvió a sentarse en la cama-. ¿Mamá? -dijo, exhalando el humo. -Muriel... mira, escúchame. -Te estoy escuchando. -Tu padre habló con el doctor Sivetski. -¿Ajá? -dijo la chica. -Le contó todo. Por lo menos, así me dijo... ya sabes cómo es tu padre. Los árboles. Ese asunto de la ventana. Las cosas horribles que le dijo a la abuela acerca de sus proyectos sobre la muerte. Lo que hizo con esas fotos tan hermosas de las Bermudas... todo. -¿Y entonces...? -dijo la chica. -En primer lugar, dijo que era un verdadero crimen que el ejército lo hubiera dado de alta en el hospital. Palabra. En definitiva, dijo a tu padre que hay una posibilidad... una posibilidad muy grande, dijo, de que Seymour pierda por completo la cabeza. Te lo juro. -Aquí en el hotel hay un psiquiatra -dijo la chica. -¿Quién? ¿Cómo se llama? -No sé. Rieser o algo así. Dicen que es muy bueno. -Nunca lo oí nombrar. -De todos modos dicen que es muy bueno. -Muriel, por favor, no seas inconsciente. Estamos muy preocupados por ti. Lo cierto es que... anoche tu padre estuvo a punto de cablegrafiarte que volvieras inmediatamente a casa... -Por ahora no pienso volver, mamá. Así que tómalo con calma... -Muriel... palabra... El doctor Sivetski dijo que Seymour podía perder por completo la... -Mamá, acabo de llegar. Hace años que no me tomo vacaciones, y no pienso meter todo en la valija y volver a casa porque sí -dijo la chica-. De cualquier modo, ahora no podría viajar. Estoy tan quemada por el sol que ni me puedo mover. -¿Te quemaste mucho? ¿No usaste ese bronceador que te puse en la valija? Está... -Lo usé. Me quemé lo mismo. -¡Qué horror! ¿Dónde te quemaste? -Me quemé toda, mamá, toda. -¡Qué horror! -No me voy a morir. -Dime, ¿le hablaste a ese psiquiatra? -Bueno... sí... más o menos... -dijo la chica. -¿Qué dijo? ¿Dónde estaba Seymour cuando le hablaste? -En la Sala Océano, tocando el piano. Tocó el piano las dos noches que hemos pasado aquí. -Bueno, ¿qué dijo? -¡Oh, no mucho! El fue el primero en hablar. Yo estaba sentada anoche a su lado, jugando al Bingo, y me preguntó si el que tocaba el piano en la otra sala era mi marido. Le dije que sí, y me preguntó si Seymour no había estado enfermo o algo por el estilo. Entonces yo le dije... -¿Por qué te hizo esa pregunta? -No sé, mamá. Tal vez porque lo vio tan pálido, y qué sé yo -dijo la chica-. La cuestión es que después de jugar al Bingo, él y su mujer me invitaron a tomar una copa. Y yo acepté. La mujer es espantosa. ¿Te acuerdas de aquel vestido de noche tan horrible que vimos en la vidriera de Bonwit? Que tú dijiste que había que tener un chico, chiquísimo... -¿El verde? -Lo tenía puesto. Con esas caderas. Se la pasó preguntándome si Seymour estaba emparentado con esa Suzanne Glass que tiene una tienda en la avenida Madison... la mercería... -¿Pero él qué dijo? El médico. -¡Ah! sí... Bueno... en realidad, mucho no dijo. Sabes, estábamos en el bar. Había un bochinche terrible. -Sí, pero... ¿le... le dijiste lo que trató de hacer con el sillón de la abuela? -No, mamá. No abundé en detalles -dijo la chica-. Seguramente podré hablarle de nuevo. Se pasa todo el día en el bar. -¿No dijo si había alguna posibilidad de que pudiera ponerse... tú sabes, raro, o algo así...? ¿De que pudiera hacerte algo...? -En realidad, no -dijo la chica-. Necesita conocer más detalles, mamá. Tienen que saber todo sobre la infancia de uno... todas esas cosas. Ya te digo, el ruido era tal que apenas podíamos hablar. -En fin. ¿Y tu abrigo azul? -Bien. Le aliviané un poco el forro. -¿Cómo es la ropa este año? -Terrible. Pero encantadora. Por todos lados se ven lentejuelas -dijo la chica. -¿Y tu habitación? -Está bien. Pero nada más que eso. No pudimos conseguir la habitación que nos daban antes de la guerra -dijo la chica-. Este año la gente es un espanto. Tendrías que ver a los que se sientan al lado nuestro en el comedor. Parece que hubieran venido en un camión. -Bueno, en todas partes es igual. ¿Y tu vestido tipo bailarina? -Demasiado largo. Te dije que era demasiado largo. -Muriel, te lo voy a preguntar una vez más... ¿En serio estás bien? -Sí, mamá -dijo la chica-. Por enésima vez. -¿Y no quieres volver a casa? -No, mamá. -Tu padre dijo anoche que estaría encantado de hacerse cargo si quisieras irte sola a algún lado y pensarlo bien. Podrías hacer un hermoso crucero. Los dos pensamos... -No, gracias -dijo la chica, y descruzó las piernas-. Mamá, esta llamada va a costar una flor... -Cuando pienso cómo estuvieste esperándolo a ese muchacho durante toda la guerra... quiero decir, cuando una piensa en esas esposas tan locas que... -Mamá -dijo la chica-. Colguemos. Seymour puede llegar en cualquier momento. -¿Dónde está? -En la playa. -¿En la playa? ¿Solo? ¿Se porta bien en la playa? -Mamá -dijo la chica-. Hablas de él como si fuera un loco furioso. -No dije nada de eso, Muriel. -Bueno, ésa es la impresión que das. Mira, todo lo que hace es estar tendido en la arena. Ni siquiera se quita la salida de baño. -¿No se quita la salida de baño?¿Por qué no? -No lo sé. Tal vez porque tiene la piel tan blanca. -Dios mío, necesita tomar sol. ¿Por qué no lo obligas? -Lo conoces muy bien -dijo la chica, y volvió a cruzarse de piernas-. Dice que no quiere tener un montón de imbéciles alrededor mirándole el tatuaje. -¡Si no tiene ningún tatuaje! ¿O acaso se hizo tatuar cuando estaba en la guerra? -No, mamá. No, querida -dijo la chica, y se puso de pie-. Escúchame, a lo mejor te llamo otra vez mañana. -Muriel. Hazme caso. -Sí, mamá -dijo la chica, cargando su peso sobre la pierna derecha. -Llámame en el mismo momento en que haga, o diga, algo raro..., tú me entiendes. ¿Me oyes? -Mamá, no le tengo miedo a Seymour. -Muriel, quiero que me lo prometas. -Bueno, te lo prometo. Adiós, mamá -dijo la chica-. Cariños a papá -colgó. -Ver más vidrio (*) -dijo Sybil Carpenter, que estaba alojada en el hotel con su mamá-. ¿Viste más vidrio? -Gatita, por favor, no sigas repitiendo eso. La vas a enloquecer a mamita. Quédate quieta, por favor. La señora Carpenter untaba la espalda de Sybil con bronceador, repartiéndolo sobre sus omóplatos, delicados como alas. Sybil estaba precariamente sentada en una enorme y tensa pelota de playa, mirando el océano. Usaba un traje de baño de color amarillo canario, de dos piezas, una de las cuales no necesitaría realmente por nueve o diez años más. -En verdad no era más que un pañuelo de seda común... una podía darse cuenta cuando se acercaba a mirarlo -dijo la mujer sentada en la reposera contigua a la de la señora Carpenter-. Ojalá supiera cómo lo anudó. Era una preciosura. -Por lo que usted me dice, parece precioso -asintió la señora Carpenter. -Quédate quieta, Sybil, gatita... -¿Viste más vidrio? -dijo Sybil. La señora Carpenter suspiró. -Muy bien -dijo. Tapó el frasco de bronceador-. Ahora vete a jugar, gatita. Mamita va a ir al hotel a tomar un copetín con la señora Hubbel. Te traeré la aceituna. Cuando quedó en libertad, Sybil corrió de inmediato hacia la parte asentada de la playa y echó a andar hacia el Pabellón de los Pescadores. Se detuvo únicamente para hundir un pie en un castillo inundado y derruido, y enseguida dejó atrás la zona reservada a los clientes del hotel. Caminó cerca de medio kilómetro y de pronto echó a correr oblicuamente, alejándose del agua hacia las arenas flojas. Se detuvo al llegar al sitio en que un hombre joven estaba echado de espaldas. -¿Vas a ir al agua, ver más vidrio? -dijo. El joven se sobresaltó, y se llevó la mano derecha, instintivamente, a las solapas de su salida de baño. Se volvió boca abajo, dejando caer una toalla enrollada como una salchicha que tenía sobre los ojos, y miró de reojo a Sybil. -¡Ah!, hola Sybil. -¿Vas a ir al agua? -Te estaba esperando -dijo el joven-. ¿Qué hay de nuevo? -¿Qué? -dijo Sybil. -¿Qué hay de nuevo? ¿Qué programa tenemos? -Mi papá llega mañana en avión -dijo Sybil, pateando la arena. -No me tires arena a la cara, nena -dijo el joven, tomando con una mano el tobillo de Sybil-. Bueno, era hora de que tu papi llegara. Lo he estado esperando cada minuto. Cada minuto. -¿Dónde está la señora? -¿La señora? -el joven hizo un movimiento, sacudiéndose la arena del pelo ralo-. Difícil saberlo, Sybil. Puede estar en miles de lugares. En la peluquería. Haciéndose teñir el pelo de color visón. O haciendo muñecos para los chicos pobres en su habitación. Poniéndose boca abajo cerró los dos puños, apoyó uno encima del otro y acomodó el mentón sobre el de arriba. -Pregúntame algo más, Sybil -dijo-. Tienes un traje de baño muy lindo. Si hay algo que me gusta, es un traje de baño azul. Sybil lo miró fijo, y después contempló su barriga sobresaliente. -Este es amarillo -dijo-. Es amarillo. -¿En serio? Acércate un poco más. Sybil dio un paso adelante. -Tienes toda la razón del mundo. Qué tonto soy. -¿Vas a ir al agua? -dijo Sybil. -Lo estoy considerando seriamente, Sybil. Lo estoy pensando muy en serio, si quieres saberlo. Sybil hundió los dedos en el flotador de goma que el joven usaba a veces como almohadón. -Necesita aire -dijo. -Es verdad. Necesita más aire de lo que estoy dispuesto a reconocer -retiró los puños y dejó que el mentón descansara en la arena-. Sybil -dijo-, estás muy linda. Es un gusto verte. Cuéntame algo de ti -estiró los brazos hacia adelante y tomó en sus manos los dos tobillos de Sybil-. Yo soy capricorniano. ¿Cuál es tu signo? -Sharon Lipschutz dijo que la dejaste sentarse a tu lado en el taburete del piano -dijo Sybil. -¿Sharon Lipschutz dijo eso? Sybil asintió enérgicamente. Le soltó los tobillos, encogió los brazos y recostó el costado de la cara en el antebrazo derecho. -Bueno -dijo-. Tú sabes cómo son estas cosas, Sybil. Yo estaba sentado ahí, tocando. Y tú te habías perdido de vista totalmente y vino Sharon Lipschutz y se sentó a mi lado. No podía sacarla de un empujón, ¿no es cierto? -Sí que podías. -!Ah!, no. No era posible -dijo el joven-. Pero, ¿sabes lo que hice, en cambio? -¿Qué? -Hice de cuenta que eras tú. Sybil inmediatamente bajó la cabeza y empezó a cavar en la arena. -Vamos al agua -dijo. -Bueno -replicó el joven-. Creo que puedo arreglarme para hacerlo. -La próxima vez, sácala de un empujón -dijo Sybil. -¿Que saque a quién? -A Sharon Lipschutz. -¡Ah!, Sharon Lipschutz -dijo él-. ¡Cómo aparece siempre ese nombre! Mezcla de recuerdos y deseos -repentinamente se puso de pie y miró el mar-. Sybil -dijo-, ya sé lo que podemos hacer. Vamos a tratar de pescar un pez banana. -¿Un qué? -Un pez banana -dijo, y desanudó el cinto de su salida de baño. Se la quitó. Tenía los hombros blancos y angostos y el pantalón de baño era azul eléctrico. Plegó la salida, primero a lo largo, después en tres dobleces. Desenrolló la toalla que había puesto sobre los ojos, la tendió sobre la arena y puso encima la salida plegada. Se agachó, recogió el flotador y lo sujetó bajo su brazo derecho. Luego, con la mano izquierda tomó la de Sybil. Los dos echaron a andar hacia el mar. -Me imagino que ya habrás visto unos cuantos peces banana -dijo el joven. . -¿En serio que no? Pero, ¿dónde vives, entonces? -No sé -dijo Sybil. -Claro que sabes. Tienes que saber. Sharon Lipschutz sabe donde vive, y no tiene más que tres años y medio. Sybil se detuvo y de un tirón arrancó su mano de la de él. Recogió una conchilla común y la observó con estudiado interés. Luego la tiró. -Whirly Wood, Connecticut -dijo, y echó nuevamente a andar, con la barriga hacia adelante. -Whirly Wood, Connecticut -dijo el joven-. ¿Eso, por casualidad, no está cerca de Whirly Wood, Connecticut? Sybil lo miró: -Ahí es donde vivo -dijo con impaciencia-. Vivo en Whirly Wood, Connecticut. Se adelantó unos pasos, tomó el pie izquierdo con la mano izquierda y dio dos o tres saltos. -No te imaginas cómo eso aclara todo -dijo él. Sybil soltó su pie: -¿Has leído El negrito sambo? -dijo. -Es gracioso que me preguntes eso -dijo él-. Da la casualidad que acabé de leerlo anoche -se inclinó y volvió a tomar la mano de Sybil-. ¿Qué te pareció? -le preguntó. -¿Los tigres corrían todos alrededor de ese árbol? -Creí que nunca iban a parar. Jamás vi tantos tigres. -No eran más que seis -dijo Sybil. -¡Nada más que seis! -dijo el joven-. ¿Y dices nada más? -¿Te gusta la cera? -preguntó Sybil. -¿Si me gusta qué? -dijo el joven. -La cera. -Mucho. ¿A ti no? Sybil asintió con la cabeza. -¿Te gustan las aceitunas? -preguntó. -¿Las aceitunas?... Sí. Las aceitunas y la cera. Nunca voy a ningún lado sin ellas. -¿Te gusta Sharon Lipschutz? -preguntó Sybil. -Sí. Sí, me gusta. Lo que me gusta más que nada de ella es que nunca le hace cosas feas a los perritos en la sala del hotel. Por ejemplo a ese bulldog enano de la señora canadiense. Te resultará difícil creerlo, pero hay algunas nenas que se divierten mucho molestándolo con los palitos de los globos. Pero Sharon, jamás. Nunca es mala ni grosera. Por eso la quiero tanto. Sybil no dijo nada. -Me gusta masticar velas -dijo ella por último. -¡Ah!, ¿y a quién no? -dijo el joven mojándose los pies-. ¡Caracoles! Está fría. -Dejó caer el flotador en el agua-. No, espera un segundo, Sybil. Espera a que estemos un poquito más afuera. Avanzaron hasta que el agua llegó a la cintura de Sybil. Entonces el joven la levantó y la depositó boca abajo en el flotador. -¿Nunca usas gorra de baño ni nada de eso? -preguntó. -No me sueltes -dijo Sybil-. Sujétame, ¿quieres? -Señorita Carpenter. Por favor. Yo sé lo que estoy haciendo -dijo el joven-. Sólo ocúpate de ver si aparece un pez banana. Hoy es un día perfecto para peces banana. -No veo ninguno -dijo Sybil. -Es muy posible. Sus costumbres son muy curiosas. Muy curiosas. Siguió empujando el flotador. El agua no le alcanzaba al pecho. -Llevan una vida muy triste -dijo-. ¿Sabes lo que hacen, Sybil? Ella meneó la cabeza. -Bueno, te diré. Entran en un pozo que está lleno de bananas. Cuando entran, parecen peces como todos los demás. Pero una vez adentro, se portan como cochinos. ¿Sabes?, he oído hablar de peces banana que han entrado nadando en pozos de bananas y llegaron a comer setenta y ocho bananas -empujó al flotador y a su pasajera treinta centímetros más cerca del horizonte-. Claro, después de eso engordan tanto que no pueden volver a salir. No pasan por la puerta. -No vayamos tan lejos -dijo Sybil-. ¿Y qué pasa después con ellos? -¿Qué pasa con quiénes? -Con los peces banana. -Bueno, ¿te refieres a después de comer tantas bananas que no pueden salir del pozo? -Sí -dijo Sybil. -Mira, lamento decírtelo, Sybil. Se mueren. -¿Por qué? -preguntó Sybil. -Contraen fiebre bananífera. Es una enfermedad terrible. -Ahí viene una ola -dijo Sybil nerviosa. -La ignoraremos. La mataremos con la indiferencia -dijo el joven-, como dos engreídos. -Tomó los tobillos de Sybil con ambas manos y empujó para adelante y para abajo. El flotador levantó la proa por encima de la ola. El agua empapó los cabellos rubios de Sybil, pero sus gritos eran de puro placer. Cuando el flotador estuvo nuevamente en posición horizontal, se apartó de los ojos un mechón de pelo pegado, húmedo, y comentó: -Acabo de ver uno. -¿Un qué, mi amor? -Un pez banana. -¡No, por Dios! -dijo el joven-. ¿Tenía alguna banana en la boca? -Sí -dijo Sybil-. Seis. El joven de pronto tomó uno de los empapados pies de Sybil que colgaban por el borde del flotador y le besó la planta. -¡Eh! -dijo la propietaria del pie, volviéndose. -¿Cómo, eh? Ahora volvamos. ¿Ya te divertiste bastante? -¡No! -Lo siento -dijo, y empujó el flotador hacia la playa hasta que Sybil descendió. El resto del camino lo llevó bajo el brazo. -Adiós -dijo Sybil y salió corriendo, sin lamentarlo, en dirección al hotel. El joven se puso la salida de baño, cruzó bien sus solapas y metió la toalla en el bolsillo. Recogió el flotador mojado y resbaloso y lo acomodó bajo el brazo. Caminó solo, trabajosamente, por la arena caliente, blanda, hasta el hotel. En el primer nivel de la planta baja del hotel -que los bañistas debían usar según instrucciones de la gerencia- entró con él en el ascensor una mujer con la nariz cubierta de pomada de zinc. -Veo que me está mirando los pies -dijo él, cuando el ascensor se puso en marcha. -¿Cómo dice? -dijo la mujer. -Dije que veo que me está mirando los pies. -¡Cómo dijo! Casualmente estaba mirando el piso -dijo la mujer, y se dio vuelta enfrentando las puertas del ascensor. -Si quiere mirarme los pies, dígalo -dijo el joven-. Pero, maldita sea, no trate de hacerlo con tanto disimulo. -Déjeme salir, por favor -dijo rápidamente la mujer a la ascensorista. Las puertas se abrieron y la mujer salió sin mirar hacia atrás. -Tengo los pies completamente normales y no veo por qué demonios tienen que mirármelos -dijo el joven-. Quinto piso por favor. Sacó la llave del cuarto del bolsillo de su salida de baño. Bajó en el quinto piso, caminó por el pasillo y abrió la puerta del 507. La habitación olía a valijas nuevas de cuero de vaquillona y a quitaesmalte de uñas. Echó una ojeada a la chica que dormía en una de las camas gemelas. Después fue hasta una de las valijas, la abrió y extrajo una automática debajo de una pila de calzoncillos y camisetas -Ortgies calibre 7.65-. Sacó el cargador, lo examinó y volvió a colocarlo. Corrió el seguro. Después se sentó en la cama desocupada, miró a la chica, apuntó con la pistola y se descerrajó un tiro en la sien derecha.
(*) Se refiere a Seymour Glass (pronunciado simor glas) y confunde el sonido con la expresión see more glass (ver más vidrio).
(*) Se refiere a Seymour Glass (pronunciado simor glas) y confunde el sonido con la expresión see more glass (ver más vidrio).
domingo, 27 de enero de 2008
Getz/Gilberto

Stan Getz durante mucho tiempo fue un gran innovador en el jazz, pero fue Joao Gilberto con quien logro una fusión equilibrada y distendida al mismo tiempo. Bien se sabe la influencia del jazz sobre la bossa nova, que es la relectura de musica tradicional brasilera, pero aqui lo que hace Getz, es refinar el sonido, conviritendo a la bossa nova en un movimiento que trasciende lo regional. Jobim toca el piano (quien tambien toco con Sinatra) , los coros estan a cargo de Astrud Gilberto, la que para el momento del registro de este disco era esposa de Gilberto. "Desafinado" y "Garota de Ipanema" son standards inegables del genero.
Track List
1.Girl From Ipanema, The
2.Doralice
3.Para Machuchar Meu Coracao
4.Desafinado
5.Corcovado (Quiet Nights Of Quiet Stars)
6.So Danco Samba
7.O Grande Amor
8.Vivo Sonhando (Dreamer)
9.Girl From Ipanema, The - (45rpm edit)
10.Corcovado (Quiet Nights Of Quiet Stars) - (45rpm edit)
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sábado, 26 de enero de 2008
Björk - Selma Songs
El soundtrack registrado por Björk para la pelicula "Dancer in the Dark", relata de forma sensible y ensoñada, la historia, que en su contraparte filmica rebosa de crueldad. Este es quizas el motivo por el cual, se complementa perfectamente imagen y sonido, recordemos que la presencia de los sonidos del soundtrack, son de caracter diegitico, es decir, Björk toma los elementos del entorno para construir la melodia de la cancion. I've Seen It All, cantada a duo con Thom Yorke, es mas que un buen motivo para escuchar el disco.
Tracklist
1.Overture - 3:38 (Bjork)
2.Cvalda - 4:48 (Bjork / Deneuve, Catherine)
3.I've Seen It All - 5:29 (Bjork / Yorke, Thom)
4.Scatterheart - 6:39 (Bjork)
5.In the Musicals - 4:41 (Bjork)
6.107 Steps - 2:36 (Bjork / Fallon, Siobhan)
7.New World - 4:23 (Bjork)
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Frank Sinatra - In The Wee Small Hours
Ya en los años de Capitol donde, quizas, Frank grabo los mejores discos de su carrera y algunos de los mejores discos del jazz vocal, registro el "conceptual" In The Wee Small Hours. Los arreglos son sublimes, el timming y el mood del disco son perfectos, que forman una atmosfera que tantas veces se ha reproducido con nostalgia, en retrospectiva a los años '50. Se trata simplemente de belleza refinada y corazones rotos.
Track List
1. In The Wee Small Hours Of The Morning
2. Mood Indigo
3. Glad To Be Unhappy
4. I Get Along Without You Very Well
5. Deep In A Dream
6. I See Your Face Before Me
7. Can't We Be Friends?
8. When Your Lover Has Gone
9. What Is This Thing Called Love?
10. Last Night When We Were Young - (bonus track)
11. I'll Be Around
12. Ill Wind
13. It Never Entered My Mind
14. Dancing On The Ceiling
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http://rapidshare.com/files/57092193/Frnk_Sntr_-_In_Th_W_Smll_Hrs.rar
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